GOYEGAL
Año I N° 6
1 de junio de 2019
Texto: Alicia Grela Vázquez
Imagen: Elsa Sposaro
Noche de San Juan
SUMARIO
Víspera de la Noche Mágica
Manuel Curros Enríquez
Víspera de la Noche Mágica
La Víspera de la Noche Mágica señala a aquella del 23 de junio, que en el Hemisferio Norte corresponde al solsticio de verano y es la más corta del año. La tradición celta reunió en ella conocimientos astronómicos y prácticas prodigiosas que se han repetido por siglos en Galicia con algunos detalles de más o de menos, según el pueblo de que se trate.
Se considera el fuego es de uso común en todas las aldeas. De antiguo los pobladores de Galicia practicaron la agricultura y reconocían que ella tenía vinculación con el sol. Es por eso quizás que encendieran velas en sus campos para procurarse buenas cosechas. Cuanto más durasen encendidas, mejores resultados auguraban. Entre labradores así se pretendía procurar (y justificar) desde la supervivencia hasta la prosperidad.
Las hogueras correspondían a otro ritual vinculado con la selección de la pareja. Los jóvenes saltaban por encima y exhibían su destreza física y fortaleza ante las muchachas casaderas, para tener más oportunidades de ser elegidos por alguna de ellas, después de haber visto su desempeño.
Las mujeres, por otra parte, reunían agua en un recipiente en el que ponían a remojar pétalos de rosas. Dejaban la preparación toda la noche al sereno y a la mañana siguiente, en el día de San Juan, se lavaban con ella para de ese modo asegurarse de estar más bellas, pues reconocían sus propiedades cosméticas.
Estas costumbres se celebran también con variantes en otros lugares de España como Andalucía, Cataluña y el País Vasco, en las que se han constituido como las Fiestas Mayores y más populares. Hay testimonios de su realización organizada oficialmente en el año 1700, para más tarde desaparecer por razones políticas y recuperarse con posterioridad. Pero por causas múltiples (culturales, folclóricas, turísticas y económicas) desde la segunda mitad del siglo XX se las ha recuperado.
Fiesta. Dos versiones de este clásico de Serrat: la grabada en España en 1970 en el álbum Mi niñez, (con partes de la letra que fueron censuradas y modificadas) y la versión original, que quedó como definitiva a partir de 1976.
Manuel Curros Enríquez
Curros Enríquez
Manuel Curros Enríquez era hijo de Petra Enríquez y del escribano Xosé María de Curros Vázquez, en Orense en el año 1851. Él fue un poeta español que escribió en castellano y en lengua gallega. Ha sido uno de los representantes del período histórico literario denominado Rexurdimento. Su obra se ha caracterizado por su hondo contenido social y gran compromiso político.
Busto de Manuel Curros Enríquez
Algunos de los biógrafos de Manuel Curros Enríquez han hablado acerca de las conflictivas relaciones entre el poeta y su padre debido a los ideales carlistas y el carácter brutal de éste. Las últimas investigaciones demostraron que Xosé María de Curros era una persona de tendencias progresistas, que actuó políticamente de acuerdo con ellas. Entre ellos ciertamente hubo conflictos.
Cruz de Borgoña
Manuel Curros Enríquez de joven se fue a la casa de su hermano Ricardo, en Madrid. Allí hizo el Bachillerato comenzó a estudiar Derecho. Ahí Ingresó como escribano en el ayuntamiento de Madrid. Visitó diversos círculos con la finalidad de hacer una carrera literaria. Participó de La Gloriosa, la Revolución de 1868.
Sexenio Democrático
Manuel Curros Enríquez perteneció a la masonería, desde la Logia Auria de Orense. Cultivó la ideología republicana progresista y lo mostró en su poesía Na chegada do tren a Ourense (La llegada del tren a Orense) y también en artículos periodísticos. En 1873 al mismo tiempo que se proclamaba la República, se casó con Modesta Luisa Polonia Vázquez Rodríguez.
La Niña Bonita: la I República Española
Entre 1875 y 1876 Manuel Curros Enríquez escribió las Cartas del Norte, crónicas de la Tercera Guerra Carlista que publicó como corresponsal del periódico El Imparcial. En esa tarea le sucedió otro corresponsal, Fauró, cuando fue herido de bala por un ayudante del brigadier Mariné, con quien compartía la habitación.
Antigua sede del periódico El Imparcial
En 1877 Manuel Curros Enríquez ganó un certamen poético en Orense con el poema A Virxe do Cristal. Esto lo determinó como poeta gallego laico. Se estableció allí y trabajó en la Intervención de la Administración Económica. En 1880 publicó Aires da miña terra. Ese año Cesáreo Rodrigo Rodríguez, el obispo de Orense lo denunció por herejías y ataque a la religión y publicó un edicto condenando su libro por contener proposiciones blasfemas y escandalosas.
Cesáreo Rodrigo Rodríguez, obispo de Orense
El juzgado ordenó el secuestro de los ejemplares en poder del editor, los moldes fueron destruidos, y Manuel Curros Enríquez fue procesado por delito contra el libre ejercicio de la religión. Fue condenado en Orense a prisión y luego absuelto en La Coruña. Su defensa en el recurso de apelación ante la Audiencia la realizó el ilustre jurista y político Luciano Puga Blanco.
Luciano Puga Blanco
La vista de apelación se celebró 1881 y Luciano Puga ganó el recurso, consiguiendo la absolución de Manuel Curros Enríquez. La Audiencia de La Coruña dictó la sentencia. Como consecuencia de esta defensa el poeta dedicó a María de la Concepción, la hija de su abogado, el poema Adiós Mariquiña, cuyo título completo fue A Mariquiña Puga. Despedida.
Manuel Curros Enríquez escribió en ocasión de que Mariquiña se marchase a Cuba. La obra es la balada a la que Chané, José Castro González, el maestro compostelano puso música: Como ti vas pra lonxe, i eu vou pra vello, un adiós, Mariquiña, mandarche quero. Perdido el puesto su trabajo orensano, volvió a Madrid e ingresó en la redacción del periódico republicano El Porvenir.
José Castro González (Chané)
En 1894 Manuel Curros Enríquez decidió emigrar a América. En La Habana dirigió un periódico, La Tierra Gallega, y cuando se suspendió su publicación ingresó en la redacción de El diario de las Familias y después en la del Diario de la Marina. Acogido con entusiasmo, acabó incomodándose con muchos de sus paisanos. En 1904 viajó a La Coruña, donde fue obsequiado por los regionalistas.
De vuelta en La Habana, retomó sus actividades en el Diario de la Marina, al tiempo que colaboró con la revista Galicia, de Vicente López Veiga. Tras la muerte de Manuel Curros Enríquez sus restos fueron embarcados a España, donde le tributaron honores. Se lo enterró en el cementerio de San Amaro, en La Coruña. En 1989 se abrió el primer centro masónico gallego Renacimiento 15 Curros Enríquez.
Iniciación al grado de maestro
g
A Virxe do Cristal (en lengua gallega) es un poema narrativo de más de mil versos escrito por Manuel Curros Enríquez y publicado en Orense en 1880 como parte de Aires da miña terra , en que relató una historia con base popular. Rapazas de Vilanova, Ben vos podedes gabar; Que non hay Virxe n-o mundo, Como a Virxe Do Cristal.
A Virxe do_Cristal Vilanova
La Virgen del Cristal, cuya imagen de casi cuatro centímetros, es la segunda más pequeña dedicada a la devoción mariana, después de la de Letanías (Viacha, Bolivia), que despojada de sus oropeles y ropajes no alcanza ni la mitad.
Crimen y expiación Libro primero
V
Corren de mayo los postreros días
y es una tarde de serenas auras;
la fresca primavera en su apogeo
de verde mirto y rosa engalanada,
opulenta en sonrisas los vergeles,
los bosques y las selvas visitaba.
Iba a cumplir el sol en Occidente
su cotidiano exilio; con él marchan
la luz y la armonía, sobre alfombras
de nubes de carmín y de esmeralda.
Regio proscripto, el paso detenía
al columbrar las últimas montañas,
suspiró con las auras gemidoras,
tendió al espacio la postrer mirada,
y al ver la luna enseñorearse alegre
sobre el cenit, donde moró su alcázar
agitó sus melenas fulgurantes,
mandó un adiós a su perdida patria,
y con rápido paso huyó iracundo
allá en el mar a sumergir sus lágrimas...
Iluminan tan sólo el firmamento
tibios rayos de luz amortiguada
entre la débil sombra confundidos
de una noche tranquila que avanzaba,
cuando, por una senda que al viajero
conduce a Badajoz, se destacaban
negros bultos informes, movedizos,
como de muchas gentes que cabalgan,
ronco son de atambores y clarines
que en ecos penetrantes se dilata,
y el acerado brillo que producen
yelmos, escudos, picas, cotas y hachas.
Viriato
Eran gentes de guerra, a crudas lides
y en cien y más combates adiestradas,
gente ruda y salvaje cual las rocas
que el padre Tajo con sus ondas, baña;
eran los dignos hijos de Viriato
que cuentan por victorias sus batallas
y entre los que nacisteis, don Ramiro,
como para negar sus prendas altas.
Viriato - Eugenio Oliva y Rodrigo
Ávido de conquistas, don Alfonso,
rey de los portugueses, caminaba
sobre un caballo indómito, delante
de sus guerreras huestes y bizarras.
Caminaba sereno, denodado,
esculpido el valor en la mirada,
de ensanchar sus dominios codicioso
tal vez acariciando la esperanza.
Vos erais su valido, y a su lado
don Alfonso un lugar os dispensaba;
que sin vuestro consejo y vuestra venia
no excita al enemigo ni lo ataca.
Alfonso V de Portugal
Cesó el clarín; al rayo de la luna
destacáronse ya, no muy lejanas,
de Badajoz las torres, cuyos muros
iban a ser testigos de una infamia.
Acamparon las huestes, y entretanto
que las perdidas fuerzas reparaban
con un breve descanso, don Alfonso
trazó, selló y os entregó una carta.
-Id -os dijo después-, id, don Ramiro,
a saludar al rey de aquesa plaza,
y decidle que un rey tan poderoso
como el rey de León aquí le aguarda;
decidle cómo vengo en son de guerra,
de estos grandes dominios en demanda,
y cómo están dispuestos mis soldados
a morir por el triunfo de mi causa.
Viriato, imaginado por Ramón Padró y Pedret
En ese pergamino le encomiendo
la razón que me asiste a esta jornada.-
Vos partisteis ligero como el rayo;
quien viera vuestro gozo, no dudara
que erais vos de este reto el responsable,
trama por vos urdida y preparada.
Vacilando entre el miedo y la avaricia,
llegasteis presto al castellano alcázar;
hablasteis con el rey que, deferente,
os hizo grande honor, y al leer la carta
quizá su corazón latió violento,
tal vez su hermosa frente se anublaba...
No es un temor cobarde, no es el miedo
a sostener la lid lo que le espanta:
¡no hubo jamás cobardes en Castilla!
Reyes Católicos: Isabel y Fernando
Lo que al rey don Fernando le aterraba,
era pedir al portugués un plazo
para entablar la lucha provocada.
Mas ¿qué hacer, si sus tropas valerosas,
sus fuertes caballeros y mesnadas
derramaban su sangre en suelo extraño
de la justicia y del honor en aras?
Y abrumado su reino por contiendas
y discordias civiles, amagada
su corona y a guerra apercibido
por las fuerzas que manda el de Navarra,
¿cómo podrá luchar? ¿de qué manera
probar esfuerzo ni reñir batalla?
La muerte de Viriato - José Villegas Cordero
¡Ay! A tales preguntas, don Fernando
sobre el pecho la frente doblegaba
y -¡Rendirme! ¡Oh, jamás!- en sordo acento
sus balbucientes labios murmuraban...
Vos comprendisteis bien cuánto sufría
su noble corazón, y vuestra audacia
nunca pudiera ser tan oportuna
como dándole al triste una esperanza
en medio de inquietudes tan horribles,
tantos crudos temores y asechanzas.
¡Y esa esperanza se la disteis, bella
y halagadora, mas cobarde y falsa!
¿Vais haciendo memoria, don Ramiro,
cuya es la voz que tan altiva os habla?
Mas dejad que prosiga; queda poco,
y es lo mejor del cuento lo que falta.
Entre las damas nobles de la corte
de don Fernando de León, llevaba
la palma en donosura y gentileza
su hermana doña Elvira, de bastarda
cuna; mas para vos, sólo que fuese
de progenie de reyes os bastaba.
Muerte de Viriato - José Madrazo
Visteis a doña Elvira, y al fijaros
en la lánguida luz de su mirada;
al ver aquellos labios purpurinos,
gloria del caballero que la amaba
(porque la amaba un hombre), vos sentisteis
la codicia infernal dentro del alma,
pasión la más innoble y más funesta
de cuantas tejen la miseria humana.
Cuando ya la codicia se apodera
de nuestro corazón, como la llama
de un incendio voraz, nada es bastante
a vencerla, extinguirla ni amenguarla,
y en vos esta codicia, de tal suerte,
con tanta rapidez se propagaba,
que aquella misma noche decidisteis
en doña Elvira, la infeliz, saciarla.
Meditado era el plan sin duda alguna
que ibais a ejecutar para logralla;
de otro modo jamás conseguiríais
del buen rey de León la fiel palabra
de daros por esposa a doña Elvira,
que allí en solemne voto os fue empeñada.
Mas ¿a qué proseguir? ¡Sólo al recuerdo
de aquella noche, maldecida, estalla
mi corazón de cólera y quisiera
morir, por no penar al recordarla!
Monumento a Viriato
Tres horas de secretas confidencias,
llamado a engaño, os dispensó el monarca.
¡Tres horas de traición! ¡Ah, don Ramiro,
que las paredes al traidor delatan!...
Y aquella misma noche en matrimonio
la pobre doña Elvira os fue entregada;
sus quejas, sus gemidos, sus protestas,
no fueron atendidas ni escuchadas.
Tranquilo quedó el rey; vos complacido
os alejasteis de la regia estancia,
y a merced de las sombras, discurriendo
por calles tortuosas, solitarias,
llegasteis a una casa y penetrasteis.
Iba con vos la sin ventura dama
llagado el corazón, pálido el rostro,
anegados los parpados en lágrimas...
¡Oh! En aquella mansión aborrecida,
de la que restan hoy cenizas pardas,
pues a cenizas convirtiola luego
de un famoso ladrón la mano airada,
fue vuestra doña Elvira; pero ¡nunca,
nunca su amor fue vuestro! Allí encerrada
algún tiempo quedó, y allí ha sufrido,
¡ah!, sabe Dios cuánto sufrió su alma.
Era alta noche ya cuando salisteis
de aquel negro recinto; caminabais
pálido como un muerto, cabizbajo,
torvo, como una sombra condenada;
un hombre os perseguía silencioso,
y al veros alejar cortó distancia
y de pronto os paró: -¿Quién sois?- dijisteis
al verle frente a vos como una estatua;
pero mudo aquel hombre, sin oíros,
con sonrisa satánica os miraba.
-Fui noble -os dijo al fin-; fui caballero
de hidalga cuna y condición hidalga;
jamás con sangre de villana gente
regué la tierra ni manché mi espada,
y por eso sin duda en este instante
no la hundo hasta el pomo en tus entrañas.
Fui caballero, sí; mas desde ahora
no puedo serlo ya, porque me falta
mi numen protector, el ángel puro
que por nobles veredas me guiaba.
La rendición de Granada - Francisco Pradilla
No puedo serlo ya, porque he perdido
cuanto fuera mi orgullo y mi esperanza,
cuanto diera valor a mis acciones
y altivos pensamientos me inspirara.
¡Tú, lusitano vil, tú eres tan solo
el que en la senda criminal me lanza,
donde el recuerdo de mi bien perdido
no vuelva más a conturbar mi alma!
¡Que el rayo de la cólera divina
al castigar mi bárbara venganza
abra también, inexorable y justo,
en tu conciencia ruin, eterna llaga!-
Así os habló aquel hombre; sus pupilas
chispas de fuego del infierno exhalan
al girar en la órbita, y su acento
como una tempestad retumba y brama.
-¡Perdón, perdón! -clamasteis al oírle-.
¡Perdón!... -Y en tierra la rodilla hincada,
perdón mil veces con temor cobarde
del hombre aquel, doliente demandabais.
Movido acaso a compasión, no quiso
con vuestra sangre deshonrar su espada,
y en pedazos quebrándola, arrojola
lejos de sí con iracunda saña.
-Mientras fui noble -dijo- me serviste;
hoy fueras para mí pesada carga;
y pues como hasta hoy no quiere el hado
vayas pendiente de cintura honrada,
quédate a la ventura, espada mía,
que a un bandolero su puñal le basta.-